martes, 9 de octubre de 2007

Literatura Guatemalteca

La literatura guatemalteca comienza mucho antes de Colón pisar América. La civilización Maya ya se encontraba establecida por más de un milenio antes de aquel acontecimiento. Aquella cultura llegó a desarrollar la escritura, consiente o inconscientemente reservando su lugar en la universalidad del pensamiento humano. El aporte de las narraciones Maya no ha influenciado tanto a la nación que conocemos hoy en día como el simple hecho de su descendencia. A la cual generalizamos llamándole la cultura quiché, que aun es una parte integral de Guatemala.
Encontramos dos caminos en esta rama de la literatura de Guatemala. En uno de ellos tenemos las obras existentes que narran de la cultura
quiché. Estas obras, incluyendo el Popol-Vuh y el Rabinal Achí, han sido redactadas desde el inicio de la influencia europea en el Nuevo Mundo hasta nuestros días. El otro camino, aun en su infancia, es las traducciones de escrituras originales en los templos y estelas. A donde nos llevará esta ruta, y a que profundidad, sólo el tiempo nos dirá.
Los españoles trajeron con ellos sus ilusiones de riquezas y evangelización. De acuerdo a la práctica utilizada en el resto de las Américas, encontramos las
crónicas y los catecismos de esa época. Son pocas, muy pocas, las obras de aquella Guatemala que han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Fue muy común la redacción en latín durante aquel período.
A principios del siglo XIX, según Europa se anticipaba al Romanticismo, la literatura guatemalteca comienza a reflejar ciertas características propias. Surgieron las
fábulas con moralejas, no muy ocultas en ciertos casos, de críticas al sistema, al gobierno, y la sociedad por igual. Con el tiempo las obras han incrementado a abarcar todos los géneros, y las críticas han permanecido hasta el presente.
Otras ramas o tópicos que se destacan en la literatura guatemalteca incluyen: La literatura
infantil, redacciones en cuentos y poesías que han logrado alcanzar el entendimiento de la niñez. La pedagogía en términos más convencionales es también representada. Y como es de esperar, el chapinismo, o guatemaltenismo incluyendo la influencia maya-quiché, abarca un buen número de composiciones.
Independencia y Modernismo:
La independencia tuvo una escasa importancia en el ámbito literario. A fines del XIX destaca Domingo Estrada, romántico modernizado, ligado al cubano José Martí. En el modernismo militan el novelista y poeta Máximo Soto Hall, Félix Calderón Ávila, Alberto Velázquez y el discípulo de Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo. La firma relevante del periodo, Rafael Arévalo Martínez, practica una literatura fantástica, utópica y de sátira política que abre perspectivas novedosas: la novela psicológica de Flavio Herrera, el naturalismo de Carlos Wyld Ospina y el impresionismo regionalista de José Rodríguez Cerna y Carlos Samayoa Chinchilla. En las décadas 1920 y 1930 descuellan el poeta Luis Cardoza y Aragón y Miguel Ángel Asturias, la figura más destacada de las letras guatemaltecas, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1967.
Los Renovadores:
Hacia 1930 surge una nueva generación, nacionalista e indigenista (véase Literatura indigenista; Literatura independentista y patriótica). En el grupo Los Tepeus figura, junto a Augusto Morales Pino, Óscar Mirón, Miguel Marsicovétere y Mario Monteforte. En la década de 1940 destaca la acción de la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes, con nombres como Augusto Monterroso, Carlos Illescas y, en la coetánea revista Acento, Raúl Leiva, Otto Raúl González y Enrique Juárez Toledo. Otros órganos importantes de la época son la Revista de Guatemala (1945) y el politizado grupo Saker-Ti (1947). En décadas posteriores: Nuevo Signo, Guatemala Comercial, Alero y Cuadernos Universitarios. Como escritores de la protesta social hay que mencionar a Carlos Manuel Pellecer, José María López Valdigón y Teresa Arévalo. En una línea más politizada, sobresalen Arqueles Morales, Marco Antonio Flores y Roberto Obregón.
Algunos Personajes de la literatura guatemalteca son:
Enrique Gomez Carrillo:
Nacido en la ciudad de Guatemala, fue autodidacta y, desde muy joven, en 1888, se dedicó al periodismo. En 1891 comenzó una serie de viajes por distintos países de Europa, Asia y América, casi siempre en calidad de corresponsal. Vivió en distintas capitales europeas, sobre todo en Madrid (donde dirigió el periódico El Liberal entre 1916 y 1917) y París. De sus tres matrimonios se recuerda el que mantuvo con la famosa cupletista española, Raquel Meller. La mayor parte de su obra se encuentra bajo la influencia del modernismo, por su gusto de viajero y cronista de lugares exóticos y sus narraciones de amores aventureros, de ambiente bohemio y erotismo enfermizo. Mereció prólogos de importantes escritores como José Maria Eça de Queirós y Benito Pérez Galdós.
Entre sus novelas y cuentos destacan Tres novelas inmorales (1919) y El evangelio del amor (1922), su texto más elogiado. De sus numerosos volúmenes de crónicas e impresiones de viaje se recuerdan El alma encantadora de París (1903), El Japón heroico y galante (1912), Jerusalén y Tierra Santa (1912), La sonrisa de la esfinge (1913), El encanto de Buenos Aires (1914) y Campos de batalla y campos de ruinas (1915). Se le debe asimismo un volumen de crítica literaria, El modernismo (1905), y unas memorias agrupadas en El despertar del alma, En plena bohemia y La miseria de Madrid. Murió en París, Francia.
Miguel Angel Asturias:
En su obra, al igual que en la del escritor cubano Alejo Carpentier, el mito se hace presente, pero a diferencia del cubano, organiza sus novelas en torno a los mitos precolombinos. Su primera obra Leyendas de Guatemala (1930) es una colección de cuentos y leyendas mayas (véase Mitología maya). La novela que le ha dado fama internacional es El señor Presidente (1946) en la que traza el retrato de un dictador de una manera caricaturesca y esperpéntica pero siguiendo una estructura regida por la lucha entre las fuerzas de la luz (el Bien, el pueblo) y las fuerzas de las tinieblas (el Mal, el dictador) según los mitos latinoamericanos. Es también un libro de protesta militante: la descripción de un régimen dictatorial en términos de terror, maldad y muerte. En las cuatro cadenas de episodios que integran la trama predominan el miedo y la crueldad. Este tema mítico vuelve a aparecer en Hombres de maíz (1949) aunque ahora la luz está representada por los indígenas y las tinieblas por los hombres de maíz, los colonizadores que llegan a explotar las tierras de los campesinos en beneficio propio. En esta obra, Asturias logra hermanar armoniosamente lo mítico-maravilloso con la dura realidad de la vida indígena.

Después escribió novelas y relatos entre las que destaca la trilogía formada por Viento fuerte (1950), El Papa verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960). Otras novelas son Mulata de tal (1963), Malandrón (1969) y Viernes de Dolores (1972). Su producción teatral es poco conocida y trata más o menos los mismos temas, como Chantaje o Dique seco ambas de 1964. Su novela Viento fuerte fue citada en el discurso de entrega del Premio Nobel, que le fue concedido por 'sus coloridos escritos profundamente arraigados en la individualidad nacional y en las tradiciones indígenas de América'.
Luis Cardoza y Aragon:
Nacido en Antigua, pasó años de juventud en París y pudo impregnarse con la eclosión del surrealismo, del que tomó las actitudes de ruptura estética y política que luego conciliaría con una sensibilidad barroca de tipo americano y tropical, así como la admiración militante hacia la Revolución Mexicana y su arte característico, la pintura de los muralistas. Entre sus libros figuran: trabajos poemáticos en verso o prosa, como Luna Park (1923), Torre de Babel (1930), El sonámbulo (1937), Retorno al futuro (1948), Pequeña sinfonía del nuevo mundo (1949), Dibujos de ciego (1969) y Quinta estación (1972); ensayos de crítica política y social, como Guatemala, las líneas de su mano (1955), obra en la que censura la intervención de la CIA en el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz; o crítica de pintura, La nube y el reloj (1940), Orozco (1959), sobre el pintor muralista mexicano José Clemente Orozco, José Guadalupe Posada (1964), sobre el grabador José Guadalupe Posada, o México, pintura de hoy (1964), entre otros trabajos. En 1977 se publicaron sus Poesías completas y algunas prosas, y en 1991 la que fue su última obra: Miguel Ángel Asturias.
Rafael Arevalo Martinez:
Nacido en Quetzaltenango, fue director de la Biblioteca Nacional de Guatemala durante 20 años, desde 1926 hasta 1946. Ese año fue nombrado delegado de Guatemala en la Unión Panamericana, actual Organización de Estados Americanos. Cultivó la narrativa y la poesía lírica. Iniciado bajo la influencia del modernismo, derivó después hacia otras tendencias. Aunque con un estilo muy personal, se le ha situado como novelista de ciencia ficción y como uno de los antecesores del llamado realismo mágico. Algunos críticos relacionan sus relatos con el mundo angustioso y alucinado de Franz Kafka.

Su producción poética es muy variada y abarca desde composiciones de sencillez lírica hasta otras en las que emplea expresiones de un auténtico barroco de corte americano. Entre sus libros de versos figuran Juglarías ( 1911), Las rosas de Engaddi (1927) y Por un caminito así (1947). En narrativa publicó Una vida (1914), El hombre que parecía un caballo (su obra más notoria, 1914), El trovador colombiano (1920), El señor Monitot (1922), La oficina de paz de Orolandia (1925), El mundo de los maharachías (1938) y Viaje a Ipanda (1939).

Se le deben asimismo la pieza teatral Manuel Aldano (1914) y la biografía del dictador Manuel Estrada Cabrera, Ecce Pericles (1947). Falleció en la ciudad de Guatemala.

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